Dejaré este mundo despojada
Dejaré este mundo despojada
Seré un aire al fin menos intenso
Habrá sobre las cosas las mismas entidades
Las mismas religiones
Semejantes recreos
con que el alma angustiada recuerda su secreto
Y lo olvida en un juego de luces esforzadas.
Y dolida me iré: porque no habré de ver
el ciclo completo del retoño.
Ni la bella esperanza que imagina
que mas allá del ser
un sin fin de memorias
sacralizan el canto
que enmudeció en el borde del sin cuerpo.
Dejaré este mundo con un andar errante.
Sin patria me iré buscando un territorio
inhalando el sustantivo de la muerte
con la ingenuidad del que escucha el primer cuento.
.
Entre el abismo (ese borde de ir cediendo los pasos)
y ese aroma de pétalos que regalan jazmines
está todo el infierno, abnegación de nube-simulada pureza
ah burlesco consuelo.
Dejaré lo que ignoro...será un engima huérfano.
La ignorancia y la fuga de la pasión que nace
en cada desconcierto que nos relata edades.
Y creamos un cosmos apresurado y próximo
que hay un descenso brumoso más allá de los párpados
más allá de la boca los sabores se vuelven imprecisos.
Una fruta prohibida desde entonces.
Tal vez por eso amamos la potestad del árbol:
de su raíz de pesadez y furia al trabajo del tronco
el equilibrio templado de las ramas
hasta llegar a su especie de levedad y ángel
.
Como una remembranza de todo lo que vive
la muerte se ha vestido de piadosas palabras
para los desertores del natural destino.
La muerte se ha vestido de palabras
y el poeta va desnudo hacia sus últimas fragancias
Ciego de colores va
arrastrando sus miembros derrotados
contra la última caricia de la hierba.
Va sonámbulo de músicas perdidas
En busca de la última canción.
Lo abraza la mortal incertidumbre
y e allí su preludio.