I
Antes que tu pincel, Vincent
era sólo carbón el instrumento:
fidelidad del recuerdo de una mina de esclavos
donde dabas inútiles sermones.
Tú, sacerdote de corazón abierto
qué pobres las palabras tras las llaves del dogma.
Con los sueños de un místico
llenabas el rasgo abandonado de los hombres
de huesos en la piel como un rompecabezas
tratando de armar un rostro de la vida,
niños con el pecho igual que arpas dolientes
y mujeres de gris rezando la costumbre
esperando el regreso del exhausto
a 600 metros bajo tierra.
Y siempre en la memoria la explosión latente
un presagio de llamas y esquirlas en el cuerpo
II
Tu no creías Vincent en liturgias de hielo
ni en perfumes prolijos que humillan la tristeza.
Y te hollinaste el rostro repartiste tus ropas
con el secreto anhelo de los panes de Cristo.
Pero solo hubo un exilio, de admonición y culpa.
no era tiempo de profetas, tanto Nerones hubo .
Decías tu sermón en los primeros días
de tu bella locura que transitó hacia al cuervo.
Como el bastón de Pedro florecido en la tierra.
Dabas luz a los náufragos del barco subterráneo.
Pero sabias, del dolor en las entrañas,
que no curan los cirios ni el vaporoso incienso
de la tuberculosis y el lecho de estropajo
donde no acude el sueño,
porque noche es insomnio
que no calman los salmos,
ni el leve pan de Dios.
III
Por eso fue tu madre la antigua carbonilla
quien dio luz al pincel, tu mirada era otra.
Te inundaba el contraste de la belleza infame,
y el hombre hecho de sombras
bajo lumbres de aceite.
Como el bastón de Pedro
de clavarse en la tierra
tus colores vibraron
de angustiosa hermosura.
IV
Quisiste ver el centro de la vida
Y así parir un mundo paralelo en tu obra,
un mundo después del girasol que sufre.
Un mundo más allá del huracán de estrellas.
Un tiempo con los árboles de Saint Remis floridos.
cuando el mundo enamora y nada hiere.
Decir que no era todo y demasiado.
Que escupieron tus lienzos los idólatras,
es lo que siempre han dicho
para curar el alma y dejar al hombre muerto
perfumando la historia.
V
Pero hermano, la locura
aún te mira y te abrasa,
poderosa en su marginación de siglos.
Ella, sufre tu cuerpo
y no amará tu mármol,
si no lo imperceptible del trazo de tu vida:
Lo ondulante y lo ríspido
Tu latido en las noches de las velas y el viento,
Y aquello que se esconde en el vago pretérito:
Hermano, tu ternura eclipsada por cuervos.